Era el día de fin de curso...
Aquel día se celebraba el final de las clases en aquel particular instituto. Después de las típicas competiciones deportivas, entrega de premios y demás actos, al caer la tarde en aquel escenario tocaba no sé qué grupo famosete y nosotros "los ", grupo cuajado por unos colegas en el marco de los años de instituto, que nos había convertido en casi hermanos.
Ese día fue realmente especial, fin de una etapa de adolescencia y principio de una madurez prematura. Era diferente, habíamos convivido muchos días lectivos, excursiones, viaje fin de estudios, momentos buenos y malos... pero no era como siempre, todos sabíamos que se acababa.
Después de todo, habíamos creado un vínculo o círculo de amistad que nos comprometía uno a uno.
A todo esto, subimos al ascenario. Nuestros incondicionales estaban como locos, los de primero, los de tercero, todo BUP, los profesores más informales... ¡qué espectáculo! Los primeros acordes sonaron a verdadera explosión liberada de aquel tormentoso momento de ansiedad y nervios a flor de piel. Desde arriba no parecía lo mismo, las clases, el gimnasio, era muy distinto. El paso por aquel instituto nos había marcado a fuego para siempre y éramos conscientes, no volveríamos a ser los mismos melenudos (los jevis del insti) que paseábamos carpetas negras cargadas de calaberas.
El momento culminante de nuestra actuación llegó cuando la voz de Fede- "
el peines"- improvisaba, al son de batería, la frustante despedida de aquel lugar y de toda la gente a quien queríamos. A la luz de los mecheros continuamos con la única balada de nuestro repertorio..."
dedicado a Ana", pérdida que no habíamos superado nadie de los que allí nos encontrábamos. Uno a uno fuimos apagando los instrumentos dejando solo a la batería, a "Toni", su compañero. Aún recuerdo a golpe de platillo aquella mágica noche.
Llegado el momento, al pie de los autobuses, todo eran abrazos, lágrimas y "te llamo..."
Un colega, una profesora y el que os escribe no pudimos entrar en aquel juego de despedidas y simplemente nos perdimos.
Terminamos con la botella de calimocho bajo una de las porterías ,bastante ebrios, observando cómo lentamente ya de madrugada, se marchaban aquellos autobuses cargados de emociones y sentimientos.
Todo quedó en silencio, aquellas ruidosas clases y saturados pasillos se habían desvanecido. Sólamente me despedí del conserje, ayudó a levantarme, para cerrarme las puertas para siempre.